Biografía
Alberto Bañuelos nace en Burgos en 1949. De familia de médicos, su destino parecía trazado, pero desde muy niño le atrajeron los pinceles, manifestando unas dotes especiales para el dibujo que, unidas a su espíritu independiente e inquieto, hacían de él un digno candidato a artista. Desde muy temprana edad «subía a las torres de la catedral y dibujaba, fascinado por los bordados en piedra», recuerda, reconociendo con perspectiva temporal que esas visitas, del mismo modo que el arte de lugares tan emblemáticos de su tierra natal como la Cartuja, influyeron en su formación, en su posterior vocación escultórica. La piedra ya estaba en sus orígenes, pero fue mucho más tarde cuando se hizo presente.
1972
A los 22 años se traslada a Madrid y se matricula en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, seguramente por complacer a su padre, ya que en el fondo tenía claro que ese tampoco iba a ser su camino. Fueron cinco años de estudios a los que se refiere como una etapa de formación muy feliz en su trayectoria. En el campus conoce a Esther Buenaventura, con quien desde un principio comparte asignaturas y afinidades, y que acaba convirtiéndose en su compañera inseparable, la madre de sus dos hijos y, sin lugar a dudas, el impulso y el apoyo necesarios para seguir adelante. Simultanea las clases con cinco horas de dibujo en academias privadas en las que aprende las técnicas clásicas. Se presenta al examen de ingreso en la Academia de Bellas Artes, pero no lo aprueba. «En su momento fue un duro golpe, pero con el tiempo he llegado a la conclusión de que eso me ayudó a forjarme como un autodidacta, me dio una mayor libertad de pensamiento», confiesa. En 1978 ya cuenta con estudio propio, sito en la calle Tirso de Molina, número 9. Un espacio con amplios ventanales y techos altísimos en el que durante tres años realiza su progreso intelectual, avanzando de lo figurativo a la abstracción más absoluta. Al paisaje madrileño se superpone en esa época el de La Alpujarra, comarca que le fascina y a la que viaja frecuentemente acompañado por la que ya se había convertido en su mujer. Durante un año pintó prácticamente a toda la gente de la zona en una particular serie de retratos.
1982
Surge tardíamente la primera escultura, cuando el artista ya tiene 35 años de edad. Se trata de un torso realizado con una piedra de alabastro que le regalaron, y en el que es innegable la influencia, siempre confesada, de Henry Moore. Los torsos están presentes a lo largo de todo el recorrido de Bañuelos, ya que aparecen siempre que termina una etapa y se inicia otra, como una especie de marca en el sendero que tiende a bifurcarse una y otra vez. También desde muy pronto aparecen las mesas-escultura, piezas en las que los soportes de cristal se apoyan sobre motivos como el de una pareja haciendo el amor. Al principio las realiza para uso personal, pero la aceptación que tienen entre amigos y conocidos le lleva a hacer muchas más por encargo. Durante un año figuración y abstracción se van combinando, hasta que definitivamente –como le sucedió en la fase pictórica– es la segunda la que impone su dominio. «En realidad, como sucede también con Julio González, necesito partir de lo figurativo para ir evolucionando hacia lo abstracto.» Desde el primer torso Bañuelos no ha vuelto a coger el pincel, «aunque el caballete siempre está preparado, no sé, tal vez por si alguna vez me fallan las fuerzas y tengo que volver a él». El artista hace esta reflexión en su residencia próxima a Madrid donde vive y trabaja desde el año 82, donde dispone del espacio al aire libre suficiente para hacer realidad sus sueños y donde las esculturas en piedra parecen barcos encallados en medio del paisaje, algunas recién llegadas de exposiciones; otras a punto de partir. Ya dentro de la casa, en el estudio-taller, el visitante no puede dejar de sentirse impresionado ante las curiosas y mínimas maquetas en escayola que realiza previamente antes de ejecutar las piezas. «Cuando se trabaja en piedra no hay marcha atrás. Cada golpe de martillo es un paso adelante sin posible retroceso y las maquetas me ayudan a pensar la jugada. «Desde esa primera y tardía escultura del torso, el artista se dio cuenta de que ese era su medio de expresión. «Me sentía más a gusto, sufría menos que con la pintura, tal vez porque me permitía un modo de proceder más lento y me ayudaba a descargar mi agresividad.»
1983
De 1983 a 1985 realiza constantes viajes a Carrara, que había visitado por primera vez en 1978. En las míticas canteras, de gran belleza, respira, aprende y se nutre del oficio del mármol. Las largas estancias en Italia coinciden con viajes por otras partes del mundo que se convierten en fuentes de inspiración, como, por ejemplo, Brasil, cuyos amplios y exuberantes espacios tanto le motivaron, o Washington, donde descubre a Lucian Freud. «Me pareció increíble. Como si Francis Bacon y José Gutiérrez Solana hubieran tenido un hijo. «Fue un impacto similar al que le produjeron Mark Rothko. Henry Moore o Isamu Noguchi, al que tuvo oportunidad de conocer en su estudio de Nueva York dos meses antes de su muerte. Entre sus influencias, el artista cita también a Richard Serra y al enigmático Medardo Rosso. «Es un artista que me apasiona. Auguste Rodin lo echó de París, seguramente por envidia, y a mí me parece mucho más tierno y profundo que él. Trabajaba con ceras, y los nazis destrozaron muchos de sus trabajos al utilizarlos como velas.» Bañuelos se alimenta con la obra de todos estos artistas y se dedica a leer a autores que asegura están en la base de su trabajo, caso de Marcel Proust o Miguel de Cervantes. El primero le enseñó a medir el tiempo de la infancia, el ritmo de los recuerdos en su estado más puro; el segundo le afianzó en la idea de que sólo de retirada, con la experiencia ya vivida, se puede trazar una gran obra, algo que ha aplicado a su propio camino, a su afán por experimentar constantemente, por ir cubriendo ciclos y etapas que le han conducido a una obra cada vez más esencial.
1984
Primera exposición en la ya desaparecida Galería 24 de Madrid, donde exhibió sus pinturas de La Alpujarra y una serie de gouaches de los mataderos, pero también sus primeras esculturas figurativas, mujeres tumbadas en eróticas posturas. Un rápido repaso a su trayectoria lleva al observador a detenerse en trabajos de 1987 como Fuente, un entrelazado de brazos, uno de sus motivos recurrentes, o en el conjunto de torsos diversos en los que mezcla mármoles de distintos países y colores –negro, rojo, rosa y blanco–, haciéndose perceptibles sus orígenes como pintor. Sus Paisajes en piedra y madera aparecen en 1988, combinándose con una de sus series más conocidas y originales, la de las Quillas, en la que «la geometría abre un surco, al modo como la quilla hace sobre la piel del mar, en la materia informe», dice el crítico Fernando Huici en un texto publicado en el catálogo que acompañó a una exposición itinerante por México, organizada por la Junta de Castilla y León bajo el lema Entre la Tierra y el Cielo.
Las Quillas, muchas de las cuales se incrustan en la pared, se van sucediendo. Es un año productivo habitado por peces abisales y otros elementos surgidos del fondo del mar. En «una querencia», como analiza Huici, «que persigue una creciente estilización sensual en pos de un aura de esencialidad metafísica». No deja de resultar curioso que el mar sea una constante en un hombre de tierra adentro que sale a la busca de rumbos diferentes, jugando, a través de la mezcla de lenguajes y materiales diversos, al contraste entre lo pulido y lo basto, entre lo civilizado y lo salvaje.
1990
La obra de Bañuelos ocupa todo el stand en Arco de la Galería Aldaba (Madrid). Es una oportunidad para darla a conocer, pero lo cierto es que el artista siempre se ha mantenido alejado del gran público, siempre alentado por el estímulo de coleccionistas particulares que han seguido y comprado sus trabajos, muchos de ellos de fuera de España. «He sido, sí, un creador en cierto modo oculto que ha necesitado del silencio y de la absoluta soledad para crear, una especie de monje del arte», se define. Y continúa: «Siempre estoy trabajando y mientras estoy durmiendo sueño con las esculturas que voy a realizar». De los 90 son sus Maternidades, que coinciden con la llegada de su primer hijo, y la serie de las Máscaras. El artista busca y experimenta con el hierro, pero acaba quedándose con la piedra, más complicada. «Hay en ella un afán de eternidad y al mismo tiempo un primitivismo que me fascina», reconoce, pasando a enumerar sus instrumentos de trabajo: los martillos de cantero encabezados por «la campana», los punteros… «Son exactamente los mismos que utilizaban los egipcios…», dice. «El proceso de creación con la piedra produce una tensión muy especial. No vale la equivocación y resulta muy difícil decidir cuándo se da por concluida la pieza. Cada golpe de martillo resulta definitivo. «En los primeros 90 nos encontramos con trabajos tan significativas como el Opus CLXXIX. Paisaje nº 10, una sugerente y oscura geografía en piedra de Calatorao en la que Bañuelos juega a ondular suavemente la superficie en un sinuoso quiebro.
2012
Un acontecimiento importante marca el transcurrir de este año, la concesión del Premio de las Artes de Castilla y León. El jurado valora la puesta al día, la actualización que realiza el artista del eterno y ancestral lenguaje de las piedras y él recibe el premio como una alegría, un espaldarazo, la posibilidad de ser reconocido en la tierra de origen, en esa geografía y ese paisaje que tanto ha interiorizado y que están en el comienzo de todo su desarrollo posterior .»Pese a no vivir allí, desde la distancia, la relación de mi obra con las piedras de Castilla-León es muy profunda. La Cartuja, la Catedral de Burgos, la girola que está detrás del Altar Mayor, ese inmenso bordado de piedra realizado con un puntero y un martillo. ¿Cómo fueron capaces de hacer semejante cosa los canteros en la Edad Media?», se apasiona y se emociona Alberto Bañuelos al hablar de la influencia de todos esos lugares por los que tanto ha paseado y que ya forman parte de su genética creativa. A la importancia de la herencia hay que añadir los nuevos caminos que se van abriendo y que se ponen de manifiesto en la exposición del Museo Nacional de Antropología de México DF. Todo un privilegio para un artista que sin buscarlo, de manera intuitiva, inconsciente, ha conectado a través de sus trabajos de deconstrucción con culturas como la maya, la olmeca y la azteca. «Siempre me había atraído el arte primitivo y he viajado mucho a México, pero el intercambio de afinidades no ha sido para nada premeditado. Ha llegado a través de la memoria de las cosas», declara el escultor. «Siempre me he sentido muy cómodo con las culturas antiguas. En México, en Egipto… Me han proporcionado el regalo de lo simple, lo primitivo, lo esencial». El título de la muestra vuelve a ser el mismo que en la retrospectiva del IVAM, La liturgia de la piedra. Piezas que se exhibieron allí están presentes de nuevo, pero se añaden, hasta completar un total de 120, más de 80 nuevas, entre las que destacan cabezas de guerreros mayas que, según explica el artista, tienden un puente con el pasado, pero representan sobre todo la lucha del hombre actual frente a las circunstancias adversas de un hoy cargado de sombras. «Son guerreros de la vida, somos todos nosotros enfrentados a una guerra diferente». Y junto a los guerreros, dialogando con ellos, están los papeles, la gran novedad de esta exposición. Inmensas esculturas en papel en las que el artista recurre a la pintura y a otros materiales como la escayola. Empezó su andadura como pintor y éste es un punto intermedio, una evolución natural y paralela. Las grandes cabezas de los guerreros le pedían ser acompañadas y se sintió muy a gusto expresándose de esa otra manera, en un lenguaje que nunca le había abandonado, que estaba ahí, esperando la ocasión de renacer. «En mi camino unas cosas me van llevando a otras. Entra en juego una concatenación de circunstancias, de elementos, de conocimientos y matices que me permiten ir cambiando, estar en permanente estado de renovación». De nuevo roturas, rasgados, agujeros, grietas, cortes, misteriosas oquedades, abismos, pero esta vez no sobre la piedra sino sobre el papel. «Los papeles hablan de la muerte, pero como algo positivo, presente, inevitable, estimulante incluso. A través de ellos quiero expresar la experiencia del vacío, del desaparecer», explica Bañuelos, quien invita al público mexicano a compartir su sentido del tiempo -toda su obra está llena de tiempo- , de lo esencial. Esa atemporalidad que roza una y otra vez y que provoca en quien se acerca a su trabajo unas inmensas ganas de detenerse, de callar, de hacer un alto en el trayecto de la vida.
2013
Después de la importante cita en 2012: Art-Ginebra (stand “Fundación Abanico”), en 2013 el trabajo del artista se puede ver en la muestra “Sustratos”, en el IVAM de Valencia, y en la galería GAM de México DF, donde también es invitado a participar en la Feria de Arte Contemporáneo Zona Maco. Pero lo más importante de este año es el tiempo dedicado al silencio, a la reflexión. Después de la gran exposición en el Museo Nacional de Antropología de la capital mexicana y el gran esfuerzo que supuso, se abre un tiempo de meditación. La necesidad de descanso mental, de recapitulación sobre lo realizado hasta el momento, se imponen, y en el gozoso paréntesis aparece, como el propio artista señala, otra forma de ver, de mirar la propia obra, de interpretar los pensamientos. “Siempre he tenido muy presente lo que decía Picasso de que copiar a los demás es necesario para aprender, pero copiarse a sí mismo resulta trágico”, asegura.
Repasar su itinerario se hace necesario, pues, llegados a este punto. Tres son los lenguajes escultóricos esenciales que identificamos en el trayecto que hemos seguido hasta aquí: la demótica (lenguaje de signos horadados en las piedras, como palabras), que duró de 2001 hasta 2005; la deconstrucción, que se desarrolló paralelamente y se ha prolongado hasta la actualidad, y el trabajo con el papel en estado puro, con el que realiza “picto-esculturas”, denominadas por él “Esculturas de pared”, desde 2010.
Pero el camino de todo artista es un camino de búsqueda, de descubrimiento, y 2013 marca un punto de inflexión y supone la apertura de nuevas vías. Como explica el escultor, tras quince años inmerso en la deconstrucción, en el proceso de partir las piedras, “comenzaron a crearse espacios de indudable atractivo en su interior”, que, de la manera más sencilla, le fueron llevando “hacia auténticas habitaciones, lugares luminosos en el interior de las piedras cada vez más atrayentes”, que es donde podemos encontrarlo ahora.
2014-2015
La presencia de la obra del artista en el Monasterio de San Juan de Burgos, dentro de la muestra “Volumen en el Monasterio” conduce a reflexionar sobre la búsqueda espiritual como uno de los motores de su trabajo. Él lo explica de la siguiente manera: “Por supuesto que existe un componente espiritual en mi obra. Todo lo que hago surge de los libros que leo, de la poesía… Es un intento de trascender, es auténtica y sincera entrega. Hay que tener mucha pasión, mucha fé en lo que haces, para no echar a correr ante una piedra de cientos de kilos, o miles, y pensar que puedes hacerte con ella; que puedes partirla, abrirla, esculpirla, deconstruirla y acabar realizando algo especial con ella. Me gusta hablar de una “espiritualidad laica, “en el buen sentido de la palabra”, que diría Machado. No soy creyente, ni mucho menos practicante, pero ese sentimiento espiritual, incluso religioso, está en mi obra. Desde hace años me vengo preguntando si mi búsqueda de la perfección en la escultura es algo estético o una categoría moral”.
En México, en el Museo de Antropología, le decían que sus esculturas daban paz y al evocarlo, Alberto Bañuelos se sitúa en el espacio en el que trabaja, que es como “una especie de convento o celda”. “Cuando estoy trabajando, en ese estado conventual que es mi taller, en absoluta soledad, sumergido en proyectos de una trascendencia personal que sólo a mí me interesan, estoy en un estado de entrega, de autenticidad, que podemos llamar espiritualidad; luego salgo al mundo y me acelero”, explica. En su estudio el escultor sigue buscando, explorando las rutas que abrió en 2013, un momento de intensa búsqueda, una vuelta de tuerca. Podemos imaginarlo absolutamente concentrado, inmerso en el intento de “entrar” en las esculturas y pasear por sus espacios. Esa exploración le ha mantenido ocupado estos últimos años, experimentando también con el lenguaje de la fotografía, que siempre había utilizado para apoyar su trabajo y que ha ido ganando en importancia “Nunca la había mostrado en exposiciones, pero quizá sea el momento de hacerlo”, dice ahora, refiriéndose también a la realización de obras con porcelana y otros materiales, además del papel, lo que supone otra novedad.
Entre los próximos proyectos de exposiciones destacan las dos el estado de Guanajuato, México, de octubre de 2016 a enero de 2017. ( Una en el Museo “Alhóndiga de Granadinas” en la ciudad de Guanajuato y otra en el “Museo de Identidades Leonesas” en la ciudad de León. Ambas dentro del 44 Festival Internacional Cervantino). Su trabajo reciente se podrá ver también ( 2016 – 2017) en las exposiciones de la galería Ansorena de Madrid, el Museo de la Evolución Humana en Burgos, en el Monasterio de Valbuena de Duero y en la Catedral de Burgos, todas ellas individuales.
“Sigo con las mismas intenciones que cuando comencé. Ha cambiado el nivel de elaboración de las piezas, porque la experiencia es un grado, pero me sigue apasionando, del mismo modo, la piedra. Mi reto es seguir avanzando a partir de la constante duda que me obliga, día a día, a plasmar aquello que me obsesiona”, contesta el artista cuando se le pregunta por sus planes de futuro. Y entonces vuelve al proyecto que ocupa su presente: el anhelo de “entrar” en la escultura “y sentirla, olerla, escucharla, tocarla”. Todos los sentidos puestos en esos espacios caprichosos, en esos misteriosos habitáculos de luz que le regalan las piedras.
©Alberto Bañuelos Fournier